El dilema de Olson
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La maravilla del ocio veraniego es que da para todo. Para ponerse al día en los libros pendientes de leer en el año; para las conversaciones y sobremesas familiares sin apuros; para recorrer nuevos lugares que recordaremos luego con añoranzas en medio del invernal smog; y, en fin, para preparar mentalmente los proyectos personales del año que empieza.
De mi propio ocio veraniego surgió la lectura de Marcur Olson, el famoso economista de Maryland que hace algunas décadas planteaba en "La lógica de la acción colectiva" uno de los dilemas más relevantes en políticas públicas: la idea de que grupos masivos de personas no tienen la tendencia natural de coordinarse para perseguir intereses comunes. De hecho, mientras más grande sea el grupo de personas, menor será la probabilidad de que puedan actuar coordinadamente en pos de un interés colectivo.
El interés que reúne a grupos grandes sería entonces un genuino mínimo común denominador, dice Olson. ¿Por qué? Porque los costos de la coordinación masiva de ciudadanos -en términos de tiempo y dinero- son usualmente muy menores en comparación con los beneficios que acarrearía su participación activa. Es por eso que el "free riding" campea en la coordinación de intereses de grandes grupos de personas.
Por contraste, los grupos de interés pequeños son mucho más eficientes para la acción colectiva. Cuesta menos organizar a pocas personas en torno a un objetivo acotado, pero intensamente perseguido. Con seguridad en esos grupos de interés el beneficio que obtienen es mayor al costo de participar en él, aun cuando ese beneficio obtenido sea justamente a expensas del interés general de la sociedad.
Así se entiende racionalmente el lobby de las tabacaleras, de grupos ecologistas, de los distintos gremios industriales, del colegio de profesores y de todo grupo de interés especial en cada discusión legislativa en el Congreso. Así se entiende también la ausencia de un lobby efectivo que represente el interés generalizado de los ciudadanos de a pie. Ese es el pernicioso sistema de incentivos al que como sociedad nos vemos enfrentados.
Decía al principio que el ocio veraniego da para todo. Asumo entonces que quienes más deben haber aprovechado este verano para planificar y preparar sus proyectos son los precandidatos presidenciales de ambos conglomerados. Velando sus armas. Es que marzo dará inicio al otoño más intenso de campañas presidenciales del que muchos tengamos memoria. Y esa intensidad otoñal tendrá su fundamento en las primarias que ambos sectores políticos tendrán en junio de este año.
Con la llegada de marzo, entonces, tendremos también la oportunidad de ver qué candidatos son capaces de plantear propuestas de políticas públicas que intenten resolver el dilema de Olson. Quienes están dispuestos a hacer propuestas que no se enfoquen en grupos de interés particular sino procurando el genuino beneficio general. Ese sí que es desafío. Esa sí que es una gran razón para querer ser Presidente.